No es la primera, tampoco será la ultima historia que publico en el blog con la autoría del Ingeniero Santiago Sánchez, Santi para nosotros, Santisan su pseudónimo. Santiago trabajó en Hostel Colonial y captó como pocos situaciones vividas, momentos y personajes que han deambulado por el hostel y da sin pretenderlo una cátedra de recepción en este tipo de alojamientos, transformando esos fotogramas en historias que dan ganas de leer, aquí va otra, si quieren más busquen en las etiquetas del blog.
Agradezco a la gente de Crónicas del Observatorio por la buena onda y por permitirme publicar el cuento.
"La víspera de la Navidad del año 2.007 me encontraba yo cubriendo el turno nocturno en la recepción del Hostel Colonial. Habíamos estado brindando con un par de abundantes señoritas de Puerto Rico y un trío de muchachitos franceses. Seguramente, algunas horas más tarde, algún afortunado caería víctima de las primeras, mientras que los segundos, que ya empezaban a perder el plomo, serían presa fácil de Monsier Pastis y compañía. Eran ya casi las dos, y hacía rato que todos habían partido a la caza de aventuras navideñas. Yo por mi parte, intentaba combatir el aburrimiento y la soledad con un poco de televisión y algunos videos del You Tube. Afuera, un típico vendaval de verano, hacía presagiar una tormenta. Sonó un timbrazo. Me pareció extraño. Era demasiado temprano para que algún pasajero estuviese ya de regreso. Encendí el visor. Un rostro expandido ocupaba casi toda la pantalla. Una melena negra como la noche, conformada por una maraña de rizos colgantes, un bigote medialuna, y una barbilla filosófica, dejaba poco espacio para un rostro sonrosado. Una mirada seria, firme, y directa, me llegó hasta el alma y desafió mi hospitalidad. Dudé. Por cuestiones de seguridad, teníamos prohibido recibir pasajeros durante la noche. Sin embargo, en mis varios y variados trabajos, muchas veces yo había sometido a juicio propio las reglas de la casa (quizás por eso mis trabajos habían sido muchos y variados).
El cielo entero tronó. Una fuerte ráfaga sacudió el cristal del ventanal principal, y una ola de gotas impactaron sobre el mismo. El viajero intentó protegerse bajo el dintel. Fue un intento vano. Su humanidad necesitaba una superficie varias veces mayor. El timbre sonó una vez más. Su cabeza volteó hacia la calle como buscando otras opciones. Mi curiosidad le ganaba terreno a mis temores. Joder, después de todo… ¡era Navidad! "Come in", dije con pretendida seguridad, a la vez que apretaba el botón del portero.
Inmediatamente sentí cómo la pesada puerta metálica golpeaba estruendosamente contra la pared del pasillo. Los pasos más pesados que haya escuchado jamás, empezaron a escucharse cada vez más cerca a medida que ascendían por la escalera. Por un instante se detuvieron. Algo golpeó contra el piso. Un momento después recomenzaron con más decisión. Me pregunté si, una vez más, había estado poco prudente al desobedecer. Un cuerpo grande, sana y robustamente obeso, se plantó como un roble en el vestíbulo. Una inmensa valija se dejó caer sobre el rústico piso de cemento alisado.
Con aire entrecortado balbuceé la clásica frase de bienvenida:“Welcome to the Hostel Colonial”.“Buenas noches. Necesito una cama por un par de horas.”Su voz sonaba ronca, y su español, aunque muy pulido, no era nativo. Se acercó al mostrador y le entregué una lapicera y un formulario de registro. El pequeño movimiento, y el hábito de tratar de adivinar antes de saberlo la procedencia del pasajero, me reactivaron. Tal vez, nórdico, pues parecía un pirata. Además, un jeroglífico, probablemente celta, estaba estampado en su camiseta. Segundos después el misterio, o al menos el primero de ellos, quedaba develado. Era islandés, viaje largo sino el más, y su nombre era Leon Falkenort. Sonreí para mis adentros. Sí que el nombre le quedaba bien. Afinó la mirada, y la paseó por la estantería de bebidas ubicada a mis espaldas.“Sírvame un vaso de vodka por favor”. Le indiqué que se acomodara en una de las mesas y enseguida le acerqué la bebida. Dio un primer sorbo, se desparramó sobre la silla y habló una vez más: “Tráigame también la botella…y traiga otro vaso, que no es noche para beber en soledad.” Comenzamos a intercambiar palabras. Le pregunté donde había aprendido a hablar tan correctamente el español. Me explicó que debido a su trabajo, pasaba mucho tiempo viajando, y por fuerza, había tenido que aprender varias lenguas. Trabajaba para una consultora multinacional que hacía investigaciones de mercado para la colocación de productos específicos. El repentino tecnicismo de sus palabras contrastaba profundamente con su aspecto. Daba la impresión de ser un hombre más de avatares que de oficina. Sus dedos regordetes, parecían más aptos para manejar un martillo que una notebook o un nanocelular. Sin pedir permiso, y sin intenciones de pedir perdón, se liberó de unas pesadas botas embarradas, y sacó a ventilar un par de viejos calcetines agujereados. Sin dudas no daba el perfil del ejecutivo eficaz.Estiró las piernas y apoyó una de ellas en otra silla. También yo comencé a distenderme. La conversación se volvía fluida y de tanto en tanto el viajero soltaba una carcajada que, aunque no podía precisar de dónde -o quizás de cuándo-, se me hacía conocida. Una y otra vez me impresionaba con relatos y curiosidades sobre las cosas y las personas que había visto y conocido a lo largo de sus viajes. Probablemente inducido por sus palabras, conseguí descifrar el jeroglífico estampado en su pecho. Era simplemente la palabra COEXSIT, solo que la C, la X y la T, estaban representadas por una medialuna islámica, una estrella judía, y un crucifico católico. No recuerdo bien cómo fue, pero empezamos a hablar sobre mi trabajo. De allí pasamos al resto de mi vida, y volamos en retrospectiva. Continuar leyendo
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