No es tarea fácil caminar por la Avenida Corrientes por estos días. Temporada teatral en su cenit, gente en pugna por un ticket, adolescentes histéricas, turistas sacando fotos al Obelisco y a las maravillosas construcciones de Buenos Aires.
Miles y miles de personas y entre todos ellos, una verdadera horda de vendedores ambulantes del merchandising de las obras en cartel, sin dudas no es el oficial que se vende puertas adentro y a otro precio.
Los observo y los noto muy parecidos a mí, desclasados, muchos a punto de caer debajo de la línea que admite mi racionalidad, pero con la salvedad de que yo tuve opción y elegí, ellos no, ni opción, ni elección, alguien en un ejercicio de juego oficial marcó su destino por decreto, quizás el más decrépito de los recursos legales y selló su suerte.
Andrea es una de ellos, la conozco de verla en el Luna Park, charlamos muchas veces, aunque bien podría ser una de esas adolescentes que gritan en el teatro, inmersas en una pulsión sexual por esos inalcanzables, casi andróginos, que no disparan un solo rasgo de seducción, pero no, ella está del lado de afuera esperando para facturar y recibir sus migajas.
Espera, quizás sienta fascinación por el entorno, de hecho ella también tiene su Fotolog, aunque jamás tuvo un PC propia, ella va a los cybercafés que están abiertos las 24 horas.
Comienzan a salir las chicas del teatro y comienza su rutina ensayada una y mil veces, “Foto, foto, foto, foto”, lo hace con tanta vehemencia que logra disimular la desesperación que expresa su rostro. Termina el acting, a esperar la próxima función. La veo irse hacia la esquina de Esmeralda. Luz verde, los autos arrancan a toda velocidad y ella cruza la calle, casi como un ángel, ha logrado captar la atención de todos, un ruido seco, estupor, la gente se agolpa, hay gritos.
No hay nada que hacer, se escuchan sirenas, me alejo aturdido. El decreto ha sido derogado. Sin aplausos.
Los observo y los noto muy parecidos a mí, desclasados, muchos a punto de caer debajo de la línea que admite mi racionalidad, pero con la salvedad de que yo tuve opción y elegí, ellos no, ni opción, ni elección, alguien en un ejercicio de juego oficial marcó su destino por decreto, quizás el más decrépito de los recursos legales y selló su suerte.
Andrea es una de ellos, la conozco de verla en el Luna Park, charlamos muchas veces, aunque bien podría ser una de esas adolescentes que gritan en el teatro, inmersas en una pulsión sexual por esos inalcanzables, casi andróginos, que no disparan un solo rasgo de seducción, pero no, ella está del lado de afuera esperando para facturar y recibir sus migajas.
Espera, quizás sienta fascinación por el entorno, de hecho ella también tiene su Fotolog, aunque jamás tuvo un PC propia, ella va a los cybercafés que están abiertos las 24 horas.
Comienzan a salir las chicas del teatro y comienza su rutina ensayada una y mil veces, “Foto, foto, foto, foto”, lo hace con tanta vehemencia que logra disimular la desesperación que expresa su rostro. Termina el acting, a esperar la próxima función. La veo irse hacia la esquina de Esmeralda. Luz verde, los autos arrancan a toda velocidad y ella cruza la calle, casi como un ángel, ha logrado captar la atención de todos, un ruido seco, estupor, la gente se agolpa, hay gritos.
No hay nada que hacer, se escuchan sirenas, me alejo aturdido. El decreto ha sido derogado. Sin aplausos.
Las historias anteriores de Matt – Lost in the Downtown click aquí
1 comment:
Así son las historias urbanas de las grandes ciudades, llenas de ricos personajes que tristemente terminan de la misma manera...
¿Diremos lo de Cerati? : Buenos Aires, ciudad de la furia...
¡Saludos!
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