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Friday, June 29, 2007

TURISMO AL BORDE DE LO LEGAL - HOSTEL COLONIAL


Hoy contaba en Twitter que Pacho y Nahuel, dos turistas mexicanos que están alojados en Hostel Colonial, estaban ansiosos por conocer la periferia de Buenos Aires y traían un dato algo difuso sobre un feria donde todo se consigue y a precios increíbles, obviamente no pregunten por el origen.
Bien, esa feria tiene nombre, pero en Buenos Aires se conoce como La Salada, y si tuviera que usar un calificativo sería sin dudas DENSO. Densidad de gente, densidad de vehículos, densidad de ofertas y mercaderías, densidad de olores y más.
El lugar queda a unos 50´de auto desde el Microcentro porteño o sea a 50´de Hostel Colonial y realmente no lo recomendamos por la peligrosidad de la zona, por la peligrosidad de algunos personajes que la frecuentan y por la serie de ilícitos que se cometen.
El fin de esta nota es poner en conocimiento a todos aquellos que nos visitan sobre la existencia de este lugar, lo cual es real, ya que muchos turistas, sobre todo del interior de Argentina y países limítrofes quieren ir.
Para reforzar nuestra negativa, lo que sigue son dos notas publicadas en el diario La Nación que nos parecieron interesantes, más allá de la longitud del texto a leer.
Debajo de estas notas podrán observar algunos links de gente que ofrece este lugar como una excursión más, cada uno es libre de sus elecciones y otros que promocionan la venta de productos allí adquiridos.
Nuestra actitud no es la de realizar ningún tipo de denuncia ni apología, no es nuestra función, sólo queremos mostrar una cara más de lo que algunos, sorprendentemente cada vez turistas vienen a buscar fuera de lo tradicional y la incongruencia de un sistema complejo que comienza a explotarlo.
La Salada ya es la mayor feria ilegal de América latina

Genera US$ 9 millones por semana falsificando marcas



La Salada, la feria ilegal más grande de América latina, fue identificada recientemente por la Unión Europea (UE) como un emblema mundial del comercio y la producción de mercadería falsificada. A la vera del Riachuelo, en un predio del tamaño de Once, pero ubicado en Lomas de Zamora, La Salada moviliza 9 millones de dólares por semana y emplea a 6000 personas para atender a las más de 20.000 que concurren desde todo el país cada vez que la feria se pone en funcionamiento.
Es un paraíso de la ilegalidad, y aunque la UE llamó en su estudio a “enfocar actividades y recursos en la lucha contra la falsificación”, esa misión aparece como una cruzada prácticamente imposible para los dirigentes empresariales, sindicales, políticos y policiales consultados por La Nacion.
El director ejecutivo de la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria, Héctor Kolodny, uno de los representantes del sector más perjudicado por la megaferia La Salada, calcula que, del total de ropa que se comercializa en el país, el 50% se vende en negro. “La Salada es el mayor centro de distribución: de ahí se abastecen unas 300 ferias minoristas en todo el país”, alerta. Y se pregunta: “¿Si se puede legalizar la feria? Parece una meta imposible. Me conformaría con que hubiera un punto de inflexión y con que se empezara a ver alguna señal de control”. La Salada comenzó en 1991 con un puñado de bolivianos que se instalaron a vender ropas importadas y comida en terrenos abandonados en la localidad lomense de Ingeniero Budge, que en tiempos de Perón estaban acondicionados como balnearios.
Como vieron que el negocio era redituable reunieron a sus familias, y cuando llegaron a las 430 personas armaron Urkupiña SA, que, al sumar nuevos socios, se dividió en Cooperativa Ocean y Punta Mogotes SA.
En los ingresos a los galpones donde funcionan las tres ferias cuelgan carteles que prohíben “la venta de mercadería en infracción de la ley de marcas". Allí se distribuyen unos 15.000 puestos, que se alquilan por hasta $ 350 diarios, y que en la mayoría de los casos desoyen el mandato legal.
Los vecinos del sector, uno de los más pobres del conurbano, también quisieron participar y se adueñaron de los terrenos de enfrente de sus casas para instalar puestos sobre la ribera y explotarlos comercialmente (los alquilan por $ 30). Hoy, unos 5000 puestos armados con maderas, cañas o chapas ocupan unas 15 cuadras a la vera del riachuelo.
Así, en quince años, la veintena de puesteros que se ganaba unos pesos cada lunes vendiendo unos pocos productos a la intemperie creció hasta conformar la Ciudad del Este del conurbano: hay unos 15 mil puestos de venta ilegal de ropa, calzado, discos, películas, equipos de electrónica distribuidos en 20 hectáreas, una superficie comparable a la del barrio de Once.
Las ferias abren dos veces por semana (domingos y miércoles) entre el mediodía y la madrugada.
Durante el día, en general se despacha mercadería a compradores minoristas. Desde la tardecita y hasta muy entrada la noche arriban al lugar contingentes de compradores del interior del país e, incluso, de países vecinos -se estima que, cada jornada, llegan al lugar unos 500 ómnibus de compras- y en diciembre en particular todos están de fiesta: llegan hasta 4000 tours de compras.
El experto en protección marcaria Alejandro Salvador recorre, cada mes, la feria completa. No va de compras. Como apoderado de diferentes marcas de indumentarias destina siete horas en recorrer los puestos y tomar nota de aquellos que venden jeans falsificados. "¿A cuánto están?", pregunta al vendedor, mientras señala un pantalón cuya etiqueta dice Wrangler. "Cualquiera cuesta $ 40", le responde, en referencia a las pilas con carteles de Levi s y Ufo. "Los originales valen $ 105", comenta Salvador.
Y sigue caminando por los laberínticos pasillos de la feria. "Una risa los controles" Al día siguiente le da forma a sus informes -detectó 60 puestos con mercadería falsificada- y presenta la denuncia en el Juzgado Federal de Lomas de Zamora. "Tengo presentadas no menos de 20 causas en los distintos juzgados y en la fiscalía", dice. Pero dice que, "en general, las causas prescriben por lentitud en los trámites". Y apunta: "Son una risa los controles". Una fuente de la Policía Federal que pidió no ser identificada reconoce las limitaciones de los procedimientos, que son "escasos" (en 2006 no se hizo ningún allanamiento) y no logran desentrañar el círculo ilegal. "Cuando vamos a los operativos, generalmente los puesteros ya fueron avisados y los decomisos son irrelevantes", cuenta un miembro de la fuerza.
Uno de los abogados que, desde un juzgado de Lomas de Zamora llevó adelante una investigación sobre la feria Urkupiña y develó que el funcionamiento de las ferias se sostenía sobre la base de una asociación ilícita, se siente frustrado con La Salada. "Todo quedó en la nada. Estas son las causas que te sacan las ganas de trabajar", dice, y pide reserva de su identidad porque aún recuerda las amenazas sufridas cuando salió el fallo que llevó a prisión a los administradores de Urkupiña, hoy nuevamente en libertad y al frente de la feria.
Ajeno a los expedientes judiciales, Javier A., llega de San Miguel y se interna en los precarios toldos del costado del Riachuelo. Es empleado público y aprovecha los domingos para cumplir con los pedidos de las clientas de su mujer, que instaló un negocio a pocas cuadras de su casa. "Estas polleritas están en precio", dice. Y ya está negociando con la señora de trenza negra que fabrica y vende polleras de talles 2 a 8 por $ 3. El segundo bolso se llena de discos y películas. "Llevo los estrenos y me los sacan de las manos", dice, y paga $ 2 por cada película. "¿Controles en mi barrio? Por suerte nunca vino un inspector en la zona", dice.
Las industrias discográficas y videográficas son dos sectores afectados por la feria. El director ejecutivo de la Asociación para la Protección de los Derechos Intelectuales sobre Fonogramas (Apdif), Javier Delupí, considera que "La Salada es un centro de inteligencia que irradia el mercado pirata a todo el país".
Explica que hay una red de laboratorios de producción aledaños al lugar que le proveen a la feria y desde ahí se distribuye. "Hicimos procedimientos, pero no podemos asumir el papel fiscalizador. Ese rol es del Estado, que le da cobertura", dispara. A la Cámara de Comercio e Industria de Lomas de Zamora la pelea también la excede y, desde su página web, pide al subsecretario de Ingresos Públicos, Santiago Montoya, que "lleve a cabo operativos de inspección y aplique medidas". Desde los diferentes sectores apuntan que la red de complicidades que sostiene este negocio millonario sólo puede romperse con decisión política.
Ahora, la UE promete entrar en escena para aportar recursos y actividades que desarticulen este emblema del mercado ilegal.
Verónica Dema
Combis, precios tentadores y un lugar con mucho olor a frito

A la vera del Riachuelo, La Salada convoca a miles de compradores cada noche



La imagen se asemeja a la de una procesión religiosa. Decenas de autos y ómnibus repletos avanzan lentamente hacia un mismo destino. El lugar se llama La Salada y es el paraíso argentino de lo ilegal. A partir de las 23, cuando la actividad esté a pleno, los que vengan desde el interior del país en ómnibus, desde Puente la Noria en combis, o desde todo el país en los autos, podrán conseguir desde una reposera hasta una peluca, pasando por casi cualquier artefacto tecnológico o prenda de ropa.
Lo que convoca a tanta gente cada noche son los precios. Una remera "marca" Levi s cuesta siete pesos, un pack de siete DVD, diez pesos, y las pelucas -rubias, morochas o pelirrojas-, 20 pesos. La Salada significa caminar entre innumerables puestos para combinar precio y calidad y recibir a cada paso una nueva oferta.
"Chooooombas, aproveche las choooooombas", grita un puestero cuando ya son las 23.30 y todo se parece a la imagen de una calle de la India atestada de gente. Es que en La Salada hay tres grandes ferias y, para pasar de una a otra, los autos, las personas y los carritos que transportan mercadería deben pasar por las mismas calles.
Para intentar poner orden, unos corpulentos hombres de gris con una gorrita que reza Protección Argentina SRL recorren la zona. Armados y con chalecos antibalas, los vigilantes intentan manejar el tráfico con handys.
El inconfundible olor del Riachuelo acompaña toda la última parte del camino. En La Salada, en cambio, sobrevuela el olor a frito de las decenas de puestos de comida que existen. "El chori, la gaseosa, el chori", ofrecen desde unas mesas de madera con una parrilla al lado. Por única vez en toda la noche, los precios no son más accesibles que en el resto del país. Un choripán está a dos pesos y la cerveza se consigue a cinco, como en cualquier parador.
Zapatillas y chips Para volver a sorprenderse con las ofertas hay que regresar al corazón de la feria. "Para vos -dice entre risas un puestero de unos veinte años- las Nike están a 100 pesos". Las zapatillas que realmente son de esa marca no cuestan menos de 200 pesos en cualquier casa de ropa de la Capital. Enseguida, su compañero de puesto lo corrige: "Quedate tranquilo, son 60 pesos". La palabra "pesos" precedida por un número es lo que más se escucha en La Salada. "Chips para cualquier celular a 5 pesos", grita un chico de no más de 20 años.
En cualquier negocio de la calle Corrientes un chip no se consigue por menos de 10 pesos. "Igual podemos arreglar algo si comprás en cantidad", vuelve a ofrecer. Ya son las 23.45 y en dos o tres locales separados por más de 300 metros suena la canción que menea más caderas en cualquier bailanta: El bombón asesino, del grupo Los Palmeras.
En un puesto en el que venden DVD y CD (en el que, por supuesto, no falta el de Los Palmeras) un cliente se queja: "Les faltan películas". El puestero le replica: "No puedo traer más mercadería. Con el poco margen que hacemos no nos da". "Para conseguir los mejores precios tenés que caminar la feria uno o dos días antes de hacer cualquier compra", explica un comprador que dice venir muy seguido.
Toda la mercadería que ingresa en los puestos de venta lo hace un rato antes de que empiece la actividad, apenas pasadas las 22. Si la feria se realiza en un predio de 20 hectáreas iluminado por luz artificial, las descargas se realizan allí donde la oscuridad recuerda que todo lo que pasa en La Salada sucede de noche. "Eeee, loco ¡no me vas a robar a mí!", amenaza un hombre que descarga mercadería a unos cinco chicos de unos 20 años. Diez minutos antes, los cinco descargaban a toda velocidad cajas de CD de otro camión. La seguridad privada -contratada por los administradores- está otra vez a cargo de todo. "Estacioná en el fondo", le dice un vigilante a uno de los ómnibus que siguen llegando cuando es casi medianoche
. En "el fondo" ya están estacionados nueve ómnibus de dos pisos que trajeron gente hasta en los pasillos. Allí, uno de los choferes espera por el grupo que trajo hace menos de una hora. "Los espero hasta las cuatro de la mañana porque así quedamos, pero hay grupos que se quedan comprando hasta las siete." El amanecer anunciará entonces que en La Salada, un paraíso ilegal que en la Argentina no sorprende a nadie, la actividad se acaba.
Agustín Fernández
Link permanente: http://www.lanacion.com.ar/877106

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